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Adam Zajac, el violinista 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Su proceso para llegar a ser director de la Fundación Orquesta Sinfónica de Bogotá fue exigente. En su infancia pasaba más tiempo con los vinilos de su padre que con sus amigos. No se educó con parques ni columpios, sino con los bellos sonidos de Paganini, Mozart y Bach.  Todo esto debido a que su papá, Zibigniew Zajac, un viejo polaco, le inculcó el gusto musical de su tierra natal. En medio de tantas piezas artísticas encontró una melodía que cautivó sus oídos desde el principio. Ese pequeño agudo que emanaba del violín, lo enamoró. 

  
La tierra que lo vio nacer no fue Colombia. Su padre, el viejo Zajac, llegó a México gracias a la magia que provocaba al tocar el fagot y fue allí donde nació Adam, pero por cuestiones de la vida, él y su familia llegaron a Colombia. Fue aquí donde conoció su más grande pasión, la que cambiaría incluso su manera de ver el mundo. En esos años de niño, donde en su cabeza solo existía juego e inocencia, la música que tocaba su padre empezaba a inundar su entorno, a llenar su pensamiento de notas, partituras y piezas magistrales. 

  
Una tarde, cuando Adam tenía cuatro años, se dirigió al piano de la sala de su casa. Sobre éste, colgado en la pared, estaba ese instrumento místico que cautivó sus ojos de inmediato. Se subió en el piano y lo agarró. Inconscientemente ya sabía que hacer con él, cómo tomarlo y cuál era el sonido que producía. Era un violín pequeño para niños. 

 
‘‘Empezó una relación con la música mucho más seria y tediosa’’, dijo Adam con una mirada de triunfo. Su niñez no fue de compañeros, fue de disciplina y dedicación absoluta. No pasaba las tardes alrededor de balones de fútbol o patinetas. Sus horas de supuesto descanso estaban inmersas en las paredes de un conservatorio musical. ‘‘La música no es pasatiempo, es para tomarla en/serio y hacer sacrificios’’, afirma Adam. 

 
Esta vida hizo que el pequeño Adam ya pensara y actuara como adulto desde niño. Tanto él como sus compañeros del conservatorio empezaron a ver el colegio, los juegos y la vida de otra manera. Su padre era director de la Orquesta Juvenil de la Universidad Nacional por lo que tenía un rigor y una forma de vida muy marcada. La visión del viejo Zajac empezó a chocar con la de su hijo. Adam ya era adolescente y quería dejarse llevar por la actitud rebelde y caprichosa que trae la juventud mientras que su padre quería hacerle entender que entre más entregado y apasionado sea, más va a amar a su compañero fiel, el violín.  

 
Adam siempre emana una voz y unos gestos de emoción cada vez que habla de su padre. Sus ojos achinados adquieren un brillo particular. Su cara es alargada pero sus mejillas grandes esconden una pequeña sonrisa debido al tamaño de su boca. Sin embargo esa sonrisa es gigante en significado pues ya de grande, él pudo apreciar momentos increíbles con su padre. 

 
Tuvo la oportunidad de acompañar al viejo Zajac en todos los ensayos que se hacían en la orquesta. Veía la pasión que se requería para estar en una de esas sillas con una partitura en frente. Detrás de ese empeño hay años de trabajo, talento y coincidencias. Además, observó como su padre dirigía cada pieza musical con un liderazgo magistral y absoluto. Un hombre respetado y querido. Pero, debido a ese amor a la música, vivió y sufrió uno de los episodios que marcó su rumbo.  
 
Durante el gobierno del ex presidente César Gaviria, en los años noventa, salió un artículo en el periódico El Colombiano escrito por Rudolf Hommes, quien entonces era Ministro de Hacienda. El título de este era ¿Para qué dos Orquestas Sinfónicas? Adam, a pesar de que es un hombre alto y muy bien vestido (zapatos bien lustrados, pantalón de paño, buso y corbata), se sintió chiquito frente a esta muestra de abandono público del gobierno colombiano hacia el arte. Sufrió mucho por esto debido a que él conoce los sacrificios que tiene que hacer un músico para conseguir un puesto en la sinfónica. Él, su padre y sus compañeros se sintieron rechazados. 

  
Además, después de esto, el gobierno decidió recortarle fondos a las orquestas musicales y los músicos se vieron afectados. Por tanto, todo el gremio decidió realizar una huelga de hambre. Adam podía observar a gente en los pasillos de la orquesta con suero intravenoso para no morirse de hambre. Sus colegas de infancia estaban muriéndose frente al país con tal de defender sus derechos. Esta situación fue una de las motivaciones de Zajac para tomar la decisión de cambiar las cosas. 

 
El objetivo de crear la Fundación Orquesta Sinfónica de Bogotá fue la importancia de mostrar el potencial profesional que tienen los jóvenes. Esa pasión que irradian y esa actitud de tener al mundo en sus manos debe tenerse muy en cuenta. Los mayores normalmente desprecian a estas almas libres y las oportunidades para ellas son muy escasas. La fundación quería ofrecerles un ambiente de trabajo real, donde se pueda cultivar, cuidar y cosechar ese talento escondido detrás de un corazón de notas musicales.

   
La vida de violinista de Adam Zajac también alcanzó su dimensión amorosa. Los criterios para escoger una pareja no eran tan fáciles de cumplir. En especial uno: el gusto musical. Adam era muy estricto con esto, pues definía a las personas inmediatamente después de conocer lo que escuchaban. Ahora es más abierto a los gustos de la gente. Su camino también se ha visto atraído poco a poco por los sabores de la salsa, el folclor del vallenato y los ritmos de la cumbia. Tanto así, que junto con la Orquesta han realizado trabajos conjuntos con personajes representativos de nuestra tierra colombiana como Alfredo Gutiérrez. 

  
Uno de los proyectos que más ha permanecido en sus recuerdes fue el que hizo junto a Silva y Villalba. En una presentación en vivo le preguntaron a estos dos grandiosos artistas lo siguiente ¿qué es lo que pasa con la música colombiana? A lo que respondieron ¿qué es lo que les pasa a ustedes con la música colombiana? Desde ese momento, Adam supo que el problema de nuestra identidad es precisamente ese. La gente no se siente apegada a su tierra porque no conoce esa riqueza cultural tan gigante y maravillosa que hay en cada rincón del país.  

 
‘‘El colombiano no se valora, no se cree y no se ama’’, afirma Zajac con seguridad y tristeza. Esto pasa porque el colombiano desconfía de su tradición y no le gusta aprender las cosas de manera correcta. Adam vivió esto en carne propia. En un ensayo de la Orquesta, iban a practicar un Pasillo colombiano. Los estudiantes solo querían pasar la pieza musical una sola vez (una ‘’pasadita’’) porque supuestamente ya tenían el sabor en su sangre. La problemática tan lamentable que surge es: ¿por qué no valoras la música colombiana como valoras la extranjera?. 

 
Adam finaliza nostálgico. Afirma que la gente colombiana necesita cultivar su sensibilidad y su llama latina interior. La relación entre la vida cotidiana y las diferentes formas de arte es necesaria para que este país tan increíble progrese de manera radical. Las personas necesitan espacios, ambientes y medios para encontrarse con su parte espiritual. Los ciudadanos no se dan cuenta que los detalles y la dedicación en todas las actividades que se realicen influyen en la manera de vivir de Colombia. ‘‘Si hay más cultura, hay más vida’’, concluye Adam Zajac, el violinista.

La música está en su sangre. Toda su vida vivió inmerso en las notas musicales pues desde pequeño tuvo muchos compañeros, pero solo uno estuvo ahí en sus momentos más importantes. No era de carne y hueso sino de madera y cuerda: el violín. La pasión guió el camino de Adam Zajac muy pronto y lo hizo madurar rápido.  

Para entender mas sobre la orquesta sinfónica y conocer cada una de las partes que la componen, interactúe con la siguiente imagen:

Su legado

En la vida hay un regla clara. Lo que construye una persona, es legado para otro.

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